miércoles, 12 de enero de 2011

De cambios culturales


¿De qué hablamos cuando hablamos de Cambio Cultural?
Como diría la compañera Garré como sociedad fuimos victimas durante un largo rato de diversos atropellos. Algunos más graves que otros. Algunos más exitosos que otros. Uno de los más significativos y profundos fue -a mi entender- la deslegitimación del accionar estatal.
Exisitió, desde fines de los 80 hasta el 2003, una campañar deliberada y planificada de ciertos sectores (externos e internos) para desprestigiar la política y -logicamente- a los políticos. Fue un discurso avasallador e único. Fue un mensaje desmoralizador, de desprestigio contra el rol -yo diría- histórico del "Estado de bienestar" (lo que habían dejado lo milicos de él) argentino. El mensaje era la no participación política, la no resistencia, la quietud. La quietud y parálisis de los sectores que habían sido por demás dinámicos a lo largo de la historia.
Los dirigentes y políticos se convertían facilmente en presas de la banalización. Tildados de ignorantes, ineficientes, poco serios y corruptos. Era simple y claro. Ni la política servía y los políticos eran todos corruptos e inútiles. El objetivo no era tan claro en ese entonces. El avance y el fortalecimiento del sector privado y las corporaciones como nuevos grandes tomadores de decisiones a nivel nacional.
El Estado entonces, quedaba relegado a un plano invisible. Dada su gran ineficiencia debía ser cooptado por personas espeializadas que tuvieran "criterios gerenciales" y que basaran sus decisiones en la "eficiencia" y la rentabilidad económica.
Las construcciones colectivas son abandonadas por el YO. La militancia política y social (que caracterizó los 70 y principios de los 80) desaparece. Los jóvenes dejan de creer en ideas y proyectos. Se alejan de la política (como asi también muchos de nuestro país). Se generaliza el esceptisismo y la desesperanza.
Fue un cambio atroz.
Siguiendo la misma lógica -perversa, agregaría yo-. Se convenció a toda una sociedad que la manera de solucionar la pobreza era a través de la limosna. La solidaridad y las obras caritativas irían a solucionar la pobreza ante la ausencia de un Estado (que para colmo era impotente e inútil). Fuimos programados para creer que a los pobres se les tiraba lo que sobrara y que asi estarían bien. Proliferaron las ONG, fue la década de oro de la Cruz Roja y Cáritas. El Estado no debía ocuparse de esas cosas. Nada de trabajo, inclusión social, educación, vivienda, salud, etc. Con la solidaridad bastaba.
Y lo mismo ocurrió con la economía. Nos acostumbramos a pensar que lo correcto y lógico era que el FMI viniera a monitorear nuestra polítca económica. Acceptamos casi naturalmente que el Gerente del FMI le diera órdenes a nuestro Ministro de Economía y que el Ministro de Economía le diera órdenes al Presidente de turno. Se trataban de un evento nacional (que mantenía a todos en vilo) las "misiones" del FMI para que ellos aprobaran o desaporbaran cuanto de las metas que ellos habían impuesto habíamos logrado alcanzar.
Todos sabíamos el nombre del Gerente del FMI, como asi también el riesgo país. Estaba bien visto por aquel entonces endeudar al país, Menem salía en la tapa de la revista TIME y los diarios titulaban cosas como: "Los mercados respondieron bien al nombramiento de Lopez Murphy como Ministro de Economía".
¿Quienes eran los mercados?
¿Qué decía la gente sobre dicho nombramiento?
¿Porqué se ponían contentos los mercados? O tristes?
Los Derechos Humanos habían desaparecido del vocabulario popular (con algunas exepciones, por supuesto). Se dictaron las leyes de obediencia debida y punto final. Se indultó a unos cuantos. La más atroz impunidad reinaba por aquel entonces. Menem quiso hacer en la ESMA un monumento a la reconciliación. Menos mal que aquellas exepciones que mencioné no lo dejaron. Nuestra reserva moral de pañuelos blancos y gran coraje se opuso, por suerte.

Pero todo esto un día comenzó a cambiar. Algunos lo llamaría cambio de paradigma, yo lo llamo cambio cultural.
El Estado volvió a ser el gran articulador social, político y económico. La política volvió a ser esa herramienta de transformación tan importante como lo fue alguna vez en este suelo. La economía volvió a subordinarse a las necesidades sociales y políticas. Se revalorizó nuevamente la militacia y el compromiso por las ideas. Se politiza (y polariza) nuevamente la sociedad. La discusión vuelve a ser propia de los jóvenes. El terreno político se llena de participantes. Colman LA plaza banderas con un mismo nombre. Se rompe (aunque a veces siento que quedan raigambres dificiles de remover) el individualismo voraz como motor de ascenso social y se apunta a una construcción colectiva, de inclusión y participativa.
Se avanza con la idea de deslegitimación de la caridad como solución a los problemas sociales. El Estado pone enfasis nuevamente de crear las condiciones -a través de un modelo productivo- para que los sectores tremendamente perjudicados con el modelo neoliberal tengan un trabajo, educación, dignidad, derechos.
Los Derechos Humanos dejan de ser propiedad intelectual (falsa, por otro lado) de la UNESCO. Pasan a ser patrimonio del pueblo. Del monumento de reconciliación propuesto por Menem al Museo de la Memoria, propuesto por Kirchner.
Eso es lo que yo llamo un cambio cultural.

Es verdad que aún estamos lejos de lo que uno quisiera (como siempre). Pero cuan lejos estamos también de las relaciones carnales, del ALCA, el FMI, de las ferraris, de lo aburrido, de los tapados de pieles, de Dominique Strauss-Kahn, de la desesperanza, de irnos a España, de Tinelli burlandose de De la Rua, etc etc etc.
Por eso, la madre de todas de las batallas (la batalla cultural) es algo irrenunciable.

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