Todo era gris aquella tarde de marzo. Eran...otros tiempos. Ella caminaba casi sin rumbo por el Paseo Vázquez cuando comenzó a caer la lluvia más escandaloza que alguna vez le tocó vivir. Previsora y detallista como siempre, sacó de su cartera un paraguas negro que llevaba siempre consigo -pero rara vez usaba-. El diluvio aquella tarde era universal. Ni la Torre de Hércules, ni la Plaza de las Lagoas, ni el mar estaban a la vista. La pocos transeuntes habían desaparecido. La lluvia se los había robado por unos instantes. Desesperada por aquellas mareas que caían del cielo quedó inmovil, parada allí con su paraguas negro, detenida en el tiempo. Y en uno de esos instantes, él se arrimó atrevidamente al cobijo que aquella tarde el paraguas brindaba. Y con una eterna insolencia le dijo que la iba a acompañar hasta su casa. Esa fue la tarde en que se conocieron. Su insolencia la acompañó de ahi en adelante.
A.C, 1940.
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