viernes, 30 de julio de 2010

Paris me extraña.

Charlando alguna vez con Macedonio Fernández sobre su breve –y poco conocida- inquisi-ción en la Anarquía me contó que él no hacía historia sino que la historia hacía algo de él. Me temo que eso es verdad.
Cada vez que París me recuerda, me extraña y le agarra melancolía. Sus edificios deciden aparecer de a ratos en mi mente. Sus calles de golpe se deslizan debajo de mis zapatos. El ruido de la corriente del Sena se acerca a mis oídos.
Los artistas de Montmarte pintan cuadros de Buenos Aires, el Parc Monceau se traslada y reemplaza a la Plaza San Martín, los niños aquí dejan de ir al colegio los miércoles y salen a las calles.
La Cite U piensa en mí todo el tiempo, los bancos del Parc Montsouris se emocionan cada vez que pasa alguien parecido, la hermosa biblioteca de madera sigue esperando verme entrar por la puerta. Borges observa, anteto.
Saint Germain y Saint Michel me siguen esperando en su intersección. Chez George des-corchó varios vinos para mí. Los jardines de Luxemburgo abandonan el Senat y deciden regresar a mis pensamientos, tristes y grises (como siempre).
En principio, Paris me extraña (demasiado).

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